Colección
Naturaleza muerta con as de trébol
- 1955
- Óleo sobre lienzo
- 73 x 91,5 cm
- Cat. P_268
- Adquirida en 1979
Junto a la esquina de un sofá, se aprecia una mesa sobre la que descansan varios objetos, como un par de peceras de vidrio, bajo las cuales se transparentan las puntas de dos tenedores de metal y un fragmento de un naipe con un as de trébol, una forma esférica y algunos papeles. Entre el ángulo del sofá y la mesa se alcanza a reconocer un objeto nebuloso, de base cilíndrica y con el extremo superior apuntado, difícil de identificar. El tablero de la mesa tiene formas sinuosas, y su base apenas se insinúa, como si apenas contase con punto de apoyo alguno. La composición se organiza en torno a dos diagonales muy marcadas, y es notable por la forma arriesgada de encuadrar el tema, descentrado, con los objetos recortados y la mesa abatida sobre el plano del lienzo, todo lo cual dota a la escena de severidad e inquietud. La pintura destaca por su pastosidad, las pinceladas son deliberadamente evidentes, y los objetos transparentes permiten el despliegue de un juego de refracciones y transparencias que es frecuente en los bodegones de Pancho Cossío, un género que frecuentó con asiduidad a lo largo de toda su trayectoria artística y en el que se palpa la influencia del cubismo tardío. Sobre las zonas más oscuras se distinguen pequeños puntos de color blanco que contribuyen a dotar al conjunto de una peculiar ambigüedad espacial, como si con ellos se quisiera acentuar la presencia y la realidad de la superficie pictórica entre la propia imagen y la vista del espectador. Este moteado blanco es muy característico de algunas etapas de la pintura de Cossío. De un cromatismo mesurado, destacan en este óleo los tonos ocres y marrones. En esta Naturaleza muerta con as de trébol también se reconoce otra de las constantes de su estilo, la aplicación insistente de veladuras y transparencias.
Pancho Cossío pinta este lienzo en 1955, un momento de su trayectoria en el que ya se ha consolidado como uno de los más destacados representantes del arte nuevo, la modalidad creativa entre moderna y vanguardista del arte español de la primera mitad del siglo XX. Es uno de los pintores más destacados de la Escuela de París, conjunto de artistas para los que el viaje o la estancia en la capital de las vanguardias artísticas de ese siglo tuvieron un especial impacto. Entre sus representantes es usual combinar la recepción de los lenguajes de las primeras vanguardias, fundamentalmente el cubismo avanzado, con esa necesidad de una vuelta al orden o a la tradición que se produjo en el arte moderno después de la Primera Guerra Mundial. Junto a Bores, Cossío es uno de los máximos representantes de una modalidad de esta escuela deudora del segundo cubismo y conocida como «figuración lírica». En el París de las décadas de los veinte y los treinta, había formado parte, junto a otros como el propio Bores, de un grupo secundado por la revista Cahiers d’Art y el crítico Tériade, que apreció en ellos una de las vías más fértiles para devolver la vitalidad a los dubitativos derroteros por los que transitaba el arte moderno de ese momento. El tipo de figuras que se pueden apreciar en esta naturaleza muerta, que dan la impresión de estar a punto de diluirse en un magma denso y matérico, con una paleta reducida muy característica, había sido una de las claves de su pintura parisina. Su encuentro con Juan Gris en ese momento habría sido decisivo a la hora de optar por una pintura que, a su juicio, debe tender a la planitud sin olvidar su referencia a objetos reales, como es frecuente en la mayoría de sus bodegones. De ahí, con toda probabilidad, esa tendencia a trabajar los efectos de la refracción de los objetos, que dará lugar a su personal «inventario de deformaciones» y la evanescencia del tema, que afecta a la nebulosa identidad de algunos de ellos. También se palpa en este cuadro la atención prestada a la «materia pictórica» y la posible influencia del discurso sobre ella que había encabezado Giorgio de Chirico. Condujo a Cossío, en las últimas décadas de su trayectoria artística, a un uso cuidadoso de técnicas pictóricas tradicionales, llegando a recurrir a la elaboración artesana de sus propios colores.
Esta pintura corresponde a la década de la producción del autor en que la forma se diluye progresivamente entre la materia, el color y la luz para acabar acentuando el juego de misterios e ilusiones cultivados desde entonces. Junto a un sofá, del cual se aprecia un extremo, se insinúan varios objetos encima de una mesa, cuyo apoyo en el suelo no aparece explicitado, como si desafiaran las leyes de la gravedad. Una de las dos peceras, más próxima al espectador, transparenta un as de trébol y la punta de un tenedor, mientras que la que está detrás permite vislumbrar un segundo tenedor. Entre ambos, hay una esfera; el conjunto se completa con papeles y una forma irreconocible en el extremo izquierdo de la mesa.
Transparencia y ambigüedad son conceptos repetidamente utilizados en la pintura de Cossío, pero, en este caso, la complejidad de la composición con dos diagonales muy definidas es el armazón de un esquema resuelto brillantemente, aunque a medio camino entre la severidad y la inquietud. En la obra es evidente la influencia tardía del cubismo sintético, no solo en la yuxtaposición de planos simultáneos, sino también en el uso de una iconografía de lo cotidiano, en la que cada elemento parece ocultar un arcano significado más allá de su mera presencia. El colorido, de apariencia monótona, en ocres y marrones abetunados, incluye modulaciones riquísimas de otras tonalidades que apoyan esta intencional confusión visual a la que invita Cossío.
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