Inmaculada Concepción

Inmaculada Concepción

  • c. 1635
  • Óleo sobre lienzo
  • 92 x 67 cm
  • Cat. P_104
  • Adquirida en 1975
Por:
Alfonso Pérez Sánchez

Protegida por un rico marco de ébano y plata, con toda probabilidad apócrifo, se trata de una obra interesante, de notable calidad, que repite, reduciendo su tamaño, una composición de Francisco de Zurbarán, conocida en primera instancia por un ejemplar muy destacado, datado hacia 1635, que aparece en el mercado inglés en 1972, de donde pasó a la Colección Plácido Arango, quien la donó al Museo del Prado, junto a otras piezas de maestros españoles, en 2015. Con motivo de la presentación de esa pieza en el contexto de otras inmaculadas del barroco español provenientes de la Colección Arango, Javier Portús publicó un análisis de la pieza que se adecúa perfectamente a la copia reducida de taller que atesora el Banco de España: «La Inmaculada de la donación Arango tiene una personalidad propia. Se diferencia de las demás especialmente desde el punto de vista de su actitud: en vez de tener las manos juntas en oración, como las demás, extiende sus brazos y eleva su mirada hacia lo alto, lo que contrasta con la mirada concentrada y baja de las versiones del Prado y de Sigüenza. Esa apertura de brazos se acompaña de un notable giro del cuerpo, a diferencia de las otras tres versiones, en las que la Virgen niña tiene una posición estrictamente frontal. La mirada hacia lo alto, los brazos extendidos y la huida de la frontalidad dan como resultado una imagen dinámica, en la que se subraya de manera muy eficaz el impulso ascensional, que será cada vez más propio del tema a medida que avanzaba el siglo XVII. [...] Ese mayor dinamismo y el énfasis en la luminosidad no solo singularizan esta Inmaculada en relación a las obras tempranas del pintor, sino también respecto a lo que había sido la tradición sevillana hasta entonces».

Esta versión en pequeño formato de dicha obra nació sin duda como objeto de devoción privada y de la mano de alguno de los oficiales del taller del maestro. En los años en que presumiblemente se pintó la versión mayor, hacia 1635, Zurbarán iniciaba el momento de mayor éxito e influencia, recién establecido en Sevilla a petición del Cabildo de la ciudad y asistido ya, sin duda alguna, por un taller importante y extenso. La versión es bastante fiel al modelo, aunque se pueden observar ligeras diferencias: en el plegado de la blanca túnica (no en el manto azul, fidelísimo), en el broche, que en el lienzo original es una cabeza de querubín de oro y aquí un joyel rectangular, y en los querubines de la peana, reducidos aquí a cuatro respecto a la más de una decena que se amontona bajo los pies de la Virgen en la obra de mayor tamaño. El paisaje inferior, donde se adivinan, fundidos en la poética y transparente composición, algunos de los atributos de la letanía (el pozo, la fuente, la torre, el ciprés) es también muy semejante al de la versión grande.

Comentario actualizado por Carlos Martín

Alfonso Pérez Sánchez

 
Por:
Julián Gállego Serrano, María José Alonso
Francisco de Zurbarán
Fuente de Cantos (Badajoz) 1598 - Madrid 1664

Se educó en Sevilla con Pedro Díaz de Villanueva, probablemente también conoció a Francisco Pacheco y anudó amistad con Diego Velázquez en su casa juvenil. Tras una larga estancia en Llerena, en 1629, se estableció en Sevilla, donde, desde 1626, recibía importantes encargos, pero donde también surgieron agrios incidentes con el gremio de pintores capitaneados por Alonso Cano. En 1634 realizó un viaje a Madrid, invitado sin duda por Velázquez, para participar en la decoración del Buen Retiro. De regreso a Sevilla y enriquecido su caudal artístico con lo visto en Madrid, inició sus obras más importantes y de mayor calidad, especialmente los conjuntos de Guadalupe y la Cartuja de Jerez. A partir de 1645, cuando comenzó la curva ascendente de Bartolomé Esteban Murillo, descendieron el prestigio y la significación de Zurbarán, que se refugió en la exportación a América de series de lienzos de santos, emperadores, vírgenes, patriarcas, etcétera. En 1658 estuvo en Madrid, testificando a favor de Velázquez en las pruebas del hábito de Santiago, y aquí debió de permanecer hasta su muerte en muy precaria situación económica.

Artista de limitadísimos recursos y dócil intérprete de lecciones monásticas, alcanzó la mayor intensidad expresiva frente al natural, que interpreta con alucinante verdad y franciscana sencillez bajo un intenso efecto luminoso, de inequívoca procedencia caravaggiesca. Fiel toda su vida al naturalismo tenebrista de principios de siglo, que únicamente en la última década de su actividad se emblandece un tanto bajo el influyo murillesco, es sin duda el artista que mejor encarna la idea tradicional del tenebrismo hispano.

 
 
Alfonso E. Pérez Sánchez y Julián Gállego Banco de España. Colección de pintura, Madrid, Banco de España, 1985. Alfonso E. Pérez Sánchez, Julián Gállego y María José Alonso Colección de pintura del Banco de España, Madrid, Banco de España, 1988. VV. AA. Colección Banco de España. Catálogo razonado, Madrid, Banco de España, 2019, vol. 1.