Fernando VII

Fernando VII

  • c. 1820
  • Óleo sobre lienzo
  • 225 x 170 cm
  • Cat. P_141
  • Adquirida en 1829
  • Observaciones: Adquirida posiblemente en 1829 por el Banco Español de San Fernando. Obra previamente atribuida a José de Madrazo.
Por:
Javier Portús

Se trata del retrato de Fernando VII más antiguo que posee el Banco de España, pues los rasgos del modelo sugieren que fue pintado en torno a 1820, cuando el rey (que había nacido en 1784) tenía algo menos de cuarenta años. El monarca aparece de pie, en traje oficial y rodeado de numerosas insignias que aluden a su rango. Sobre la mesa vemos una corona real encima de un cojín encarnado. Esa corona vuelve a hacer acto de presencia en la parte superior del sillón, en cuyo respaldo se aprecia un anagrama bordado alusivo al monarca. En ese mismo asiento descansa un gran manto de armiño. Por su parte, Fernando VII lleva espada en el cinto, sostiene su mano derecha en un bastón de mando y muestra sobre su pecho la banda blanquiazul de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y la insignia del Toisón de Oro. El entorno, con el cortinón en la parte superior izquierda y las dos grandes columnas que abren el fondo hacia un paisaje, subraya ese contenido áulico. Este retrato es, desde varios puntos de vista, prototípico de los ideales estéticos dominantes en el mundo oficial español hacia 1820, muy influido por el retrato de Estado napoleónico. Así, tanto las patas de la mesa como la tipología del sillón remiten directamente al estilo «imperio» que dominó entonces. La obra había sido atribuida a José de Madrazo, uno de los principales pintores activos en la corte en torno a 1820. Sin embargo, recientemente, Bertha Núñez propuso muy convincentemente su atribución a Zacarías González Velázquez. Las razones que sustentan esa atribución se basan en la escritura pictórica, que es similar a otras obras de este artista, y, sobre todo, en las similitudes con otro retrato de Fernando VII (Instituto de Bachillerato Brianda de Mendoza, Guadalajara), firmado por Zacarías en 1814, que lo representa con unos rasgos algo más jóvenes. Los puntos de contacto son muchos, entre ellos la precisión descriptiva, el carácter acusadamente dibujístico de la obra o lo nítidamente separados que están los campos cromáticos. También comparten muchas similitudes desde el punto de vista de la composición y de la puesta en escena, pues en ambos el rey está de pie sobre un suelo en damero, ante un fondo del que forma parte señalada el motivo de la columna y cercano a elementos de mobiliario de un marcado estilo «imperio» que proporcionan una acusada personalidad estética a la obra.

Javier Portús

 
Por:
Javier Portús
Zacarías González Velázquez
Madrid 1763 - Madrid 1834

Fue miembro de una importante saga de artistas, que incluye a su hermano, el arquitecto Isidro González Velázquez, y a su padre, Antonio, que fue pintor de cámara de Carlos III y director de la Academia de San Fernando. Su formación artística, sin embargo, estuvo vinculada a su cuñado Mariano Salvador Maella. Ese contexto lo mantuvo desde el inicio de su carrera cerca de los comitentes oficiales más importantes del país, empezando por la Casa Real, para la que realizó numerosas pinturas al fresco en la Casita del Labrador de Aranjuez, que decoró con temas de carácter mitológico y alegórico, en un estilo en el que se mezclan elementos tardobarrocos con características neoclásicas. En 1802 fue nombrado pintor de cámara y durante ese tiempo compaginó su labor al servicio de la monarquía con encargos procedentes de otras instituciones, con frecuencia religiosas. Tras la Guerra de Independencia trabajó al servicio de Fernando VII e intervino de nuevo en la decoración de los sitios reales, especialmente del Palacio de El Pardo.

Además de como prolífico autor de decoraciones al fresco, Zacarías González Velázquez ha pasado a la historia de la pintura española como autor de una notable serie de retratos, que en varios casos reflejan a personajes de su entorno familiar y profesional, realizados con una técnica precisa y cuidadosa que demuestra un manejo muy sutil y delicado de las expresiones y afectos, lo que constituye un espléndido reflejo de las apariencias y las expectativas de la sociedad burguesa madrileña a caballo entre los reinados de Carlos IV y Fernando VII.

Javier Portús

 
Por:
Paloma Gómez Pastor
Fernando VII (El Escorial 1784 - Madrid 1833)
Rey de España 1814 - 1833

Fue el noveno hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. La muerte prematura de sus hermanos, los gemelos Carlos y Felipe, posibilitó que sucediera a su padre en el trono. En 1789 fue jurado príncipe de Asturias en San Jerónimo el Real. La educación del príncipe distó de ser excelente pero no fue un ignorante ni menospreció la cultura. En su juventud se aficionó a la química y a las ciencias experimentales en el laboratorio puesto a su disposición, dirigido por el científico Gutiérrez Bueno. Se preocupó de incrementar su biblioteca, y adquirió un conocimiento suficiente de francés como para traducir textos de esa lengua. Tuvo interés por conocer en persona el estado económico de su reino, que plasmó en sus diarios de viajes; y se interesó por las artes, continuando con ello la tradición de su padre (durante su reinado se creó el Museo del Prado y el Conservatorio de Música de Madrid).

Sin embargo, la imagen transmitida por sus contemporáneos es la de un hombre vulgar, sin grandeza. Quienes lo trataron lo han presentado como una persona de carácter débil, influenciable, hipócrita, desconfiado, tímido, cobarde, e incapaz de sentir afecto hacia los demás. Fue un hombre muy consciente de su elevada condición, preocupado por su imagen pública, además de terco y autoritario. Mesonero Romanos dijo de él que no careció de sagacidad interesada y traviesa para servirse de los hombres de la más diversa condición.

Su papel en la corte fue insignificante hasta su matrimonio con María Antonia de Nápoles en 1802. Influido por su esposa comenzó a interesarse por la política; todo lo hizo mediante intrigas, con el auxilio de un grupo de aristócratas y el canónigo Escóiquiz, grupo que podríamos denominar «facción» o «partido fernandino». El móvil principal fue impedir que Godoy obstaculizara su acceso al trono, poner fin a al reformismo de raíz ilustrada de los últimos años del reinado de Carlos IV, incrementar el peso de la aristocracia en el gobierno, y satisfacer las aspiraciones del clero.

Aprovechando las serias dificultades económicas por las que pasaba España a principios del siglo XIX y la fuerte presión diplomática de Napoleón que, amparado en el Tratado de 1796, comprometió a Carlos IV en la guerra contra Inglaterra, su facción lanzó una ofensiva contra Godoy, basada en una campaña propagandística costeada por el propio Fernando, que alcanzó a los soberanos y especialmente a la reina, cuya depravación sexual tenía por responsable de todas las desgracias del reino.

En 1807 los fernandinos dieron un paso al frente en su plan para acabar con Godoy y obtener al mismo tiempo el apoyo de Napoleón. Carlos IV fue alertado y ordenó el registro del cuarto del príncipe de Asturias. Se hallaron papeles que pusieron al descubierto la trama. Se abrió un proceso judicial, la «Causa de El Escorial», el príncipe confesó, y terminó con el perdón de Carlos IV a su hijo. Mal informada sobre lo que pasó, la población juzgó inverosímil la participación del príncipe de Asturias en una operación contra el rey, y todo lo redujo a una maniobra de Godoy para denigrar al «príncipe inocente». El fracaso de la conspiración se tornó de inmediato en un éxito del príncipe de Asturias.

Tras los sucesos de El Escorial, la posición de los fernandinos era inmejorable ante la opinión pública. Aprovecharon la ocasión que les brindaba el intento de trasladar la corte al sur de la Península, en previsión de acciones inesperadas de las tropas francesas que estaban entrando en España, para organizar el suceso conocido como el “Motín de Aranjuez”. El motín derrocó a Godoy y terminó con la abdicación de Carlos IV. Napoleón se presentó como árbitro pero con el fin de anexionarse el reino, e hizo acudir a Bayona a todos los miembros de la familia real. Obligó a Fernando VII a devolver la corona a Carlos IV, y a éste a abdicar en su persona. Napoleón consiguió la corona española con suma facilidad.

Fernando VII permaneció en Valençay desde mayo de 1808 hasta marzo de 1814 cuando termina la guerra de la Independencia. La conducta de Fernando durante este periodo fue de sumisión a Napoleón, y nada hizo por contactar con los españoles que luchaban en su nombre. En 1813 se produjo un giro inesperado. Napoleón tuvo necesidad de finalizar la guerra en España para disponer de sus tropas y negoció un tratado con Fernando VII. Para forzar a Fernando VII a asumirlo le prometió que le facilitaría su vuelta a España como monarca absoluto. El tratado de Valençay no fue ratificado por la regencia constitucional, el poder ejecutivo legalmente establecido en España, que no obstante autorizó el regreso de Fernando VII. Su regreso significó la victoria sobre Napoleón, volvía muy fortalecido: rey «legítimo» frente al «intruso» José Bonaparte; y sobre todo era el «príncipe inocente» que, sin ser responsable de los males de la patria, se había inmolado por ella sometido a un duro cautiverio.

Durante la ausencia del rey, las Cortes de Cádiz habían resuelto la crisis de la monarquía tradicional española mediante su transformación en monarquía constitucional, mediante la Constitución de 1812. Fernando VII y su entorno no aceptaron esta solución. La promesa que le hizo Napoleón en Valençay y la manifiesta antipatía del duque de Wellington —el hombre con mayor poder militar en España en ese momento— hacia la obra de las Cortes de Cádiz, le facilitaron el camino para derogar la Constitución, declarar nulas las decisiones de las Cortes y restaurar la monarquía absoluta, en 1814.

Fernando VII nunca acató la Constitución de 1812, ni aceptó un sistema representativo, cualquiera que fuera su carácter. No obstante, tras el pronunciamiento de Riego se vio obligado a acatarla, aunque inmediatamente alentó todo tipo de operaciones en su contra. La sensación de inseguridad personal, mezclada con un odio visceral a los liberales y al constitucionalismo, caracterizó el resto de su reinado. En 1823 volvió a derogar la Constitución, esta vez con la decisiva intervención militar de un ejército extranjero, los «Cien Mil Hijos de San Luis», acordada por las potencias europeas el año anterior en el Congreso de Verona.

Si bien no cabe hablar de victoria completa de los absolutistas en 1814 y en 1823, dio la impresión de que retornaba la monarquía absoluta tradicional, encarnada en un monarca dotado de plenos poderes, solamente limitados por la doctrina católica y las leyes tradicionales garantes de los privilegios de personas y territorios. El sistema político creado por Fernando VII se caracterizó por el ejercicio personal del poder regio, un acusado espíritu contrarrevolucionario, y la práctica sistemática de una dura política represiva.

Para salvar la vida o evitar la cárcel los liberales que pudieron se exilaron mayoritariamente a Francia e Inglaterra. El exilio político y los intentos de los liberales por levantar a la población española contra el absolutismo —que fracasaron—, constituirían los rasgos definitorios del reinado de este monarca. Otros no menos relevantes fueron la pérdida de América, salvo Cuba y Puerto Rico, y el retroceso internacional de España.

En 1826, acorralado por la doble oposición de liberales y ultra-realistas tuvo que ceder a una política reformista encaminada a modernizar la administración. Los ejecutores fueron individuos de talante ilustrado, firmes partidarios de la monarquía absoluta, los llamados «absolutistas moderados» o «pragmáticos», aunque lo más apropiado sería calificarlos como «fernandinos» por su fidelidad al rey (Martín de Garay, García de León Pizarro, Cea Bermúdez, el conde de Ofalia, López Ballesteros, y Javier de Burgos, entre otros). Las medidas —algunas apreciables— como la creación del Consejo de Ministros y del Ministerio de Fomento, la ley de minas, el código de Comercio, la fundación de la Bolsa de Madrid, etc., estuvieron encaminadas a garantizar la pervivencia del régimen fernandino. El reformismo de los moderados no tranquilizó al realismo extremista. En 1827 aprovechando el descontento campesino, de artesanos, clero y notables locales, visitó Cataluña —tras la revuelta de los Agraviats o Malcontents— Navarra, y el País Vasco. El recibimiento entusiasta de la población le confirmó su fidelidad. A su regreso a Madrid había recuperado gran parte de la popularidad perdida. Los realistas más moderados pensaron que se abrirían cauces a la participación, pero las líneas maestras de la política real no se movieron un ápice.

Uno de los grandes problemas de su reinado fue la sucesión. Sus tres primeras esposas no le dieron descendencia. De su cuarta esposa, su sobrina María Cristina de Borbón —con quien se casó en 1829— tuvo dos hijas, Isabel y Luisa Fernanda, pero ningún varón. Meses antes del nacimiento de la primera, que reinaría con el nombre de Isabel II, publicó una Pragmática Sanción (marzo de 1830) por la cual suprimía la ley sálica, vigente en España desde 1713, y restablecía el derecho sucesorio castellano, según el cual, en ausencia de varón por línea directa, podían reinar las mujeres de mejor línea y grado, sin quedar postergadas a los varones más remotos. En contra se manifestaron los ultrarrealistas partidarios de su hermano Carlos María Isidro, a favor, los absolutistas moderados y los liberales. Desde 1830 la política española transcurrió en un ambiente de acusada agitación, provocado por los llamados «carlistas» y los «isabelinos» o «cristinos».

Al margen de la cuestión sucesoria, los liberales siguieron con sus intentos de provocar el cambio político, amparados en el ambiente creado en Europa por los movimientos revolucionarios de 1830. Se ensayaron distintas acciones, todas fracasaron, y muchos de los comprometidos, ejecutados. Fueron muy sonados los casos de Mariana Pineda, y el general Torrijos.

Fernando VII falleció el 29 de septiembre de 1833. La reina María Cristina asumió la regencia durante la minoría de edad de su hija Isabel II.

Extracto de E. LA PARRA LÓPEZ, Diccionario biográfico español, Real Academia de la Historia, 2009-2013

Paloma Gómez Pastor

 
«España 1808-1814. De súbditos a ciudadanos», Museo de Santa Cruz (Toledo, 2008-2009). «2328 reales de vellón. Goya y los orígenes de la Colección Banco de España», Banco de España (Madrid, 2021-2022).
Alfonso E. Pérez Sánchez y Julián Gállego Banco de España. Colección de pintura, Madrid, Banco de España, 1985. Alfonso E. Pérez Sánchez, Julián Gállego y María José Alonso Colección de pintura del Banco de España, Madrid, Banco de España, 1988. Bertha Núñez Vernis El pintor Zacarías González Velázquez (1763-1834), Madrid, Fundación Universitaria Española, 2000. VV.AA. Colección Banco de España. Catálogo razonado, Madrid, Banco de España, 2019, vol. 1. VV.AA. 2328 reales de vellón. Goya y los orígenes de la Colección Banco de España, Madrid, Banco de España, 2021.