Esta pintura tiene lugar, señaladamente, en el interior de una estancia, la misma en la que, en ese año 1991 del que data también Damas, Manolo Quejido estudia las obras que llama Tabiques. En aquellas indaga de manera prolija en el enigma de cómo un cuadro admite innumerables formas de capacidad siendo, como es, una superficie decididamente plana y opaca —en definitiva, un tabique—.
En Damas se aprecia otra faceta de esa dualidad entre plano y volumen. Aquí el artista cuaja la escena de personajes y deslinda, con ellos, distintos planos de profundidad. Pero es más equívoco respecto de la arquitectura. Por un lado, en el lugar en que figura el tabique la vista del espectador queda confundida, ya que allí concurren varios juegos diferentes de vanos y recovecos. Aunque, como ya ocurría en la sucesión de obras Espejos que Quejido trabajó en la década anterior, todo contrasentido espacial queda superado si se explica como un divertimento que estuviese representado en un cuadro dentro del propio cuadro. Aun así, en Damas hay algo más que dificulta un entendimiento convencional, volumétrico, de la arquitectura. Quejido ha marcado claramente las aristas entre los distintos paramentos, con la importante excepción del encuentro entre el piso y las paredes de la estancia, que queda eludido. Vista así, como privada de suelo, la obra se atiene a la planicidad del cuadro. Y, vistos así, los personajes parecen amalgamarse en esa somera hondura.
La indistinción entre muros y suelo —esa homogeneidad que los fusiona en lo bidimensional— trae a colación, por otro lado, la cuestión del fondo y la figura. A menudo pensamos que, por la medianería nítida del contorno, las figuras se desprenden sin dificultad de sus fondos respectivos y son independientes de estos. En Damas se complica esta abstracción porque los contornos, siendo rotundos, toman un tono mitigado del color del fondo contiguo: sí que forman recinto para la figura, pero, a la vez, expresan sobre esta que inevitablemente procede de su fondo madre. No es entonces ruptura, sino solidaridad, mutua pertenencia, lo que en esta obra los contornos predican sobre la relación entre figura y fondo; lo cual menoscaba la solidez de unas figuras, por lo demás silenciosas y sin rostro, con las que Quejido apunta más bien al dificilísimo concepto de silueta —un problema que ha ocupado parte de su pintar/pensar desde joven—.
Con todo, en Damas caben operaciones de lógica incompatible con las anteriores. Por ejemplo, se prescinde de contornos para los muebles, que se pintan firmemente de negro. Y así, a pesar de la naturaleza esquemática de su estructura, son precisamente las figuras de las sillas las que alcanzan mayor consistencia, mayor autonomía respecto del fondo. No en vano, sobredeterminarán localmente el plano del suelo. Si este había quedado obliterado por la anulación de los diedros piso/muro, ahora se define dos veces: primero, por los tres extremos de las patas de una silla; después, por las dos rectas paralelas sobre las que se asienta la otra.
Algo de ese énfasis en el suelo y en el reposo de las sillas, así como del porte destacado de las figuras sedentes, sugiere esta parte de Damas como un gran cancel de acceso al cuadro. Corpóreo, el cancel pertenece casi a nuestro espacio, mientras que, quizá, lo que custodia más allá es todo meramente pictórico e ilusorio. Damas se corresponde con Las hilanderas de Diego de Velázquez, donde también se contraponen la corporeidad próxima de las hilanderas y su material hacer con los varios planos, más alejados, que lo son de representación y mitología.
Quejido contrata un portero para el cancel: ese pequeño personaje que dispone sus pies justamente en la línea de tierra del cuadro. Se proyecta entonces —dictaría la ley de la perspectiva— en su magnitud verdadera, como para que se tome la dimensión del cisco que está guardando. Pero no siendo esta figura más que un niño, que todo el rato crece, su altura no será patrón de nada. El niño portero sabe que no se le ha de buscar medida a la pintura, siempre a la vez volumen y plano, sólido y silueta, fondo y figura. Verdad y ensueño.
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