Cala Sant Vicenç (1903), firmada por uno de los maestros de la pintura modernista, Joaquín Mir, presenta una reconocible técnica transparente que confiere a la obra una apariencia casi inmaterial. El paraje agreste se ofrece al espectador milagrosamente intacta, impoluta, transparente y luminosa; es una celebración más del paisaje costero, tan caro a los pintores que se aproximaron al escarpado litoral mallorquín, especialmente hacia finales del siglo XIX. Aunque cuidadoso con los valores atmosféricos, lo que Mir quiso hacer en esta obra fue ensayar la composición del cuadro en superficie, como una guirnalda de planos acuarelados rodeando el vivo azul del mar con un horizonte alto que recuerda a los grandes telones de color carente de perspectiva de Paul Gauguin. El moteado de las matas de hierbas olorosas que puntúan la zona inferior derecha es, en sí mismo, de una enorme elocuencia plástica que habla de la capacidad de Mir para mostrarse a la vez preciso, libre y en estado de gracia con la observación del entorno natural. Sin perder el movimiento de líneas propio del fin de siglo, Joaquín Mir se asoma ya hacia el noucentisme inmediatamente posterior y descubre, en el mejor sentido de la expresión, el Mediterráneo.
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