Colección
Armario de bronce I
- 1995
- Bronce patinado
- 71 x 43,3 x 30 cm
- Cat. E_151
- Adquirida en 2015
La artista andaluza Carmen Laffón, que hasta la década de 1990 había producido pinturas, comienza a introducirse en la escultura generando muchas de sus piezas tridimensionales, como la que nos ocupa, en bronce, material noble que es común en otros artistas realistas españoles de su generación. No obstante, también se sirvió de ingredientes más pobres, como la escayola de las viñas que presentó en su inolvidable exposición en la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos (2006).
Con una presentación frontal y fuertes referencias pictóricas, Armario de bronce I (1995) retrata en esta sencilla alacena los mismos objetos que pueden encontrarse en sus pinturas: esta despensa está elaborada a partir de un diseño popular, sin observarse ornamento ninguno, ya que es un mueble funcional. Aparece coronado por una vajilla modesta cuyo referente primigenio podría ser barro (el material con el que, al fin, se ha modelado originalmente la escultura). Un cuenco y una jarrita en la parte superior del mueble acompañan a otros objetos guardados en su interior, entre los que apreciamos un gran bote, pues el armario presenta una de sus hojas abiertas. Pese a lo humilde, la alacena puede cerrarse con llave y es que los objetos que para unos son desdeñables, para otras personas son tesoros. La simplicidad representada en esta naturaleza muerta es paralela a su fórmula de pintar paisajes: «Un paisaje sin adornos. Creo que la cualidad que lo engrandece es su simplicidad, esa aparente simplicidad de horizontales infinitas que dividen los espacios de mar y cielo y configuran la banda del Coto. En la nitidez, en la pureza del dibujo de estas líneas, es donde radica, a mi juicio, su armonía, su vigor y su fuerza», como ella misma lo describiera en su discurso de ingreso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el año 2000.
Carmen Laffón ofrece de forma minimalizadora la loza de diario de una familia modesta, el pan de cada día. Son sencillos objetos ordenados en línea que recuerdan, en este sentido, las fórmulas de colocación de los bodegones de Zurbarán. En esta despensa y en su loza se congela el discurrir del tiempo en un instante, en un segundo que puede resumir la totalidad de la experiencia vital; por ello, estas alacenas, al igual que el tiempo suspendido de sus pinturas, pueden interpretarse como una acumulación de instantes, en este caso de experiencias en el hogar. Son piezas que transmiten un poso de vivencias que eternizan una cotidianeidad, el día a día de las mujeres de nuestro pasado reciente para las cuales una jornada era similar a la siguiente y a la anterior: días de jabón de aceite, de migas de ajo y de brasero en invierno y abanico al pecho en el abrasador verano andaluz. La artista vivió desde niña, de hecho, en la gaditana población de Sanlúcar de Barrameda, en La Jara, donde mantuvo residencia (era en origen la casa de verano familiar) cerca del estuario del río Guadalquivir (el de las barbas granate) y desde donde observó serenamente durante ochenta y siete años, desde la infancia hasta su fallecimiento el pasado año, la belleza viva del Parque Natural de Doñana.
Este armario tiene asimismo apariencia de lararium. El lararium era un altarcillo romano con elementos que materializaban los espíritus guardianes del hogar, la memoria de los antepasados. En las domus se encontraba a la entrada de la casa, en el atrium, si bien en las viviendas más modestas quedaba protegido cerca de los fogones, en las cocinas: los dioses y las energías protectoras se colaban entre las sartenes y cacerolas, en la comida como materia primordial, y en el trabajo de cuidar a otros como parte de los afectos, como siglos más tarde la mística española Teresa de Ávila poetizara con su frase «también entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5, 8).
Los humildes objetos y estantes de Carmen Laffón, cuya epidermis broncínea guarda profundidades insondables de tiempos, evocaciones y memoria, fueron retitulados felizmente por el historiador y crítico de arte español Francisco Calvo Serraller como «Almarios» porque, según escribió, «están cargados de presencias invisibles, de fantasmas que se escapan por sus entreabiertas puertas».
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