Paula Anta

Madrid 1977

Por: Álvaro de los Ángeles

Investiga a través de la fotografía la relación entre naturaleza y cultura. Es un tema clásico del arte que ha visto un amplio relanzamiento estético y conceptual en los ejemplos más contemporáneos. Sus series fotográficas, con o sin instalaciones previas, exploran la necesidad humana histórica de relacionarse y transformar el entorno. Esta relación no siempre ha implicado mantener un equilibrio sostenible o confeccionar un planteamiento vital sustentable; y la artista pone el foco en algunos de los conflictos derivados de este enfrentamiento. El modo más empleado por Anta es el de la catalogación fotográfica de diversos ejemplos que componen una unidad de conjunto, una hipótesis generada en términos globalizados.

En Journal de Hotel (2005-2006) los ejemplos de esta catalogación son las habitaciones de hoteles en diversas ciudades del mundo. La toma es idéntica en todas ellas: una imagen frontal de una cama doble después de ser usada. Las sábanas, mantas y almohadas son partes de un conjunto de combinaciones siempre similares aunque siempre diferentes, un modo común de emplear los espacios público-privados que representan los hoteles. Un día son nuestro hogar y, al siguiente, lo serán de otros huéspedes. Las decoraciones de las estancias son de tipo burgués, con doseles, cuadros clásicos, cabeceros entelados, paredes empapeladas… La mirada frontal, en principio distanciada del referente, también se encuentra en la serie Palmehuset [Casa de palmeras] (2007-2010) y dialoga con Paraísos artificiales (2008), a la que pertenecen las tres piezas de la Colección Banco de España. Si en la primera los espacios representan invernaderos, umbráculos o pabellones inmersos en jardines botánicos de ciudades como Bergen, Madrid, Viena o Edimburgo, en la segunda las tiendas de plantas y flores artificiales de ciudades surcoreanas como Busán o Seúl emulan una fascinación por el paraíso perdido. Las composiciones similares entre la vegetación natural, aunque dentro de un ecosistema adaptado, y la construida, en perfecto estado de floración artificial, igualan la mirada inquisitiva de la artista. Asimismo, plantean un diálogo entre modos diversos de construir o adaptar el mundo vegetal a imagen y semejanza humanas.

Si tomar fotografías y presentarlas en otro contexto es siempre una intervención subjetiva, aún lo es más modificar previamente un espacio para después registrarlo en imágenes. En las series Börus (2007-2009), Edera (2012) o L’architecture des arbres (2013) hay intervenciones de diferente índole que persisten en la intención de visibilizar el poder de lo natural cuando invade espacios inesperados o no preparados para tal fin. Oficinas o espacios de tránsito, no lugares, en el caso de la primera; una invasión de hojas de hiedra pintadas de negro que cubren suelos, que caen por huecos como torrentes oscuros o que colman de incertidumbre motivos arquitectónicos clásicos de Roma, en la segunda; y la sutil aparición, en el tercer caso, de ramas de árboles sin hojas que emergen, como apariciones, entre estancias, pasillos, escaleras de arquitectura sobria y elegante.

Un elemento importante en el trabajo de Paula Anta es el viaje. Si las series previas acontecen en espacios interiores, hay otra parte de su obra posterior donde el lugar físico, diferenciador, es determinante, y allí la artista interviene zonas más amplias del entorno. Es el caso de Tule Baleeje (2014), Laal (2016) o Nube (2017) donde, respectivamente, pigmento negro, hojas pintadas de rojo (laal en hindi) o la creación de una nube de polvo que se interpone en el paisaje, generan escenas inesperadas. Khamekaye (2018) aúna la importancia del lugar (la Grande-Côte africana) con la intervención humana, unos «hitos» clavados en las playas (khamekaye en lengua wolof) que simulan humanos o animales, pero que son ramas, palos, redes y plásticos que señalan la entrada desde el mar a poblados habitados.