Desde que su escultura Accidenti!, fundida en Roma –ciudad en la que tuvo estudio durante más de veinte años–, ganara una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1884, la carrera artística de Mariano Benlliure fue imparable. Dado su talento escultórico, recibió innumerables encargos públicos y privados a lo largo de su vida, al tiempo que detentó importantes cargos culturales en la Administración española.
Trabajó en todos los formatos y en todo tipo de materiales, profundizando en el conocimiento de las técnicas tanto de fundición como cerámicas, y fue un maestro en cada una de ellas. Realizó múltiples monumentos públicos, con una novedosa evolución en el diseño de los pedestales y una originalidad en cada composición que han dado seña de identidad a muchas ciudades, fundamentalmente españolas –Madrid (solamente esta ciudad tiene más de una docena de monumentos, entre los que destaca el dedicado en 1902 a Francisco de Goya o en 1907 al general Martínez Campos), Valencia, Córdoba, Málaga, Granada, Bilbao, etc.–, pero también iberoamericanas –sus obras se hallan presentes en prácticamente todas las capitales–. Asimismo, aportó novedades únicas en el diseño de monumentos funerarios que los convierten en verdaderos paradigmas de esta tipología, como el dedicado al tenor Gayarre en Roncal en 1901; el mausoleo a Sagasta de 1904, ubicado en el Panteón de Hombres Ilustres; el panteón de la familia Moroder de 1907-1910, localizado en Valencia, o el de Joselito «el Gallo» de 1926, situado en el cementerio de Sevilla, entre otros.
Destacó en el campo de la retratística –con decenas de excepcionales bustos como los de Bauer, Sagasta, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, Cléo de Mérode, el duque de Alba, Sorolla, el conde de Romanones, etc.– o la medallística y en temáticas tan diversas como la tauromaquia, la infancia, el folclore –en especial, las bailaoras, como Pastora Imperio–, la religión, etc.
Recibió numerosos reconocimientos, como el Grand Prix de la Exposición Universal de París en 1900, testimonio de su excelencia como escultor, su capacidad infatigable para el trabajo y su prolífica y versátil producción, hasta configurar una dilatada carrera que lo sitúa en la cima de la escultura española del cambio de siglo.
Desde que su escultura Accidenti!, fundida en Roma –ciudad en la que tuvo estudio durante más de veinte años–, ganara una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1884, la carrera artística de Mariano Benlliure fue imparable. Dado su talento escultórico, recibió innumerables encargos públicos y privados a lo largo de su vida, al tiempo que detentó importantes cargos culturales en la Administración española.
Trabajó en todos los formatos y en todo tipo de materiales, profundizando en el conocimiento de las técnicas tanto de fundición como cerámicas, y fue un maestro en cada una de ellas. Realizó múltiples monumentos públicos, con una novedosa evolución en el diseño de los pedestales y una originalidad en cada composición que han dado seña de identidad a muchas ciudades, fundamentalmente españolas –Madrid (solamente esta ciudad tiene más de una docena de monumentos, entre los que destaca el dedicado en 1902 a Francisco de Goya o en 1907 al general Martínez Campos), Valencia, Córdoba, Málaga, Granada, Bilbao, etc.–, pero también iberoamericanas –sus obras se hallan presentes en prácticamente todas las capitales–. Asimismo, aportó novedades únicas en el diseño de monumentos funerarios que los convierten en verdaderos paradigmas de esta tipología, como el dedicado al tenor Gayarre en Roncal en 1901; el mausoleo a Sagasta de 1904, ubicado en el Panteón de Hombres Ilustres; el panteón de la familia Moroder de 1907-1910, localizado en Valencia, o el de Joselito «el Gallo» de 1926, situado en el cementerio de Sevilla, entre otros.
Destacó en el campo de la retratística –con decenas de excepcionales bustos como los de Bauer, Sagasta, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, Cléo de Mérode, el duque de Alba, Sorolla, el conde de Romanones, etc.– o la medallística y en temáticas tan diversas como la tauromaquia, la infancia, el folclore –en especial, las bailaoras, como Pastora Imperio–, la religión, etc.
Recibió numerosos reconocimientos, como el Grand Prix de la Exposición Universal de París en 1900, testimonio de su excelencia como escultor, su capacidad infatigable para el trabajo y su prolífica y versátil producción, hasta configurar una dilatada carrera que lo sitúa en la cima de la escultura española del cambio de siglo.