Hacia 1760, Giacomo Zoffoli abrió en la actual Via Sistina de Roma, junto a su hermano Giovanni (1745-1805), una fundición especializada en obras de arte. En poco tiempo, el lugar se convertiría en uno de los talleres más importantes de la ciudad del Tíber. Giacomo, además de fundidor, obtuvo su licencia de orfebre en 1775. Los hermanos hicieron buena fortuna al especializarse en la copia en bronce y en pequeño formato de las más importantes piezas grecolatinas que se encontraban en las colecciones capitalinas, así como de las que se iban rescatando en las excavaciones de los yacimientos de Pompeya y Herculano. Roma era por entonces una ciudad muy visitada por artistas, conocedores, literatos y filósofos, personas de clase media alta y alta que consideraban el viaje al origen de Europa, el denominado Grand Tour, una etapa fundamental de su formación educativa que marcaba su diferencia social a través del conocimiento y el gusto. Este viaje, que podía durar desde varios meses hasta años y que podemos entender como el antecedente del actual turismo, generó un gran mercado de antigüedades y de copias, de detalles y recuerdos que los viajeros compraban para poderlos mostrar al volver a casa. Los Zoffoli supieron aprovechar este importante nicho de mercado, que sería lo que más tarde se han denominado los souvenirs. No solo esculturitas de los Zoffoli, también las vedute de Canaletto o los grabados de ruinas de Giovanni Battista Piranesi acababan en el equipaje de los viajeros, sirviendo, una vez en su país, como elementos difusores de la cultura clásica.
Hacia 1760, Giacomo Zoffoli abrió en la actual Via Sistina de Roma, junto a su hermano Giovanni (1745-1805), una fundición especializada en obras de arte. En poco tiempo, el lugar se convertiría en uno de los talleres más importantes de la ciudad del Tíber. Giacomo, además de fundidor, obtuvo su licencia de orfebre en 1775. Los hermanos hicieron buena fortuna al especializarse en la copia en bronce y en pequeño formato de las más importantes piezas grecolatinas que se encontraban en las colecciones capitalinas, así como de las que se iban rescatando en las excavaciones de los yacimientos de Pompeya y Herculano. Roma era por entonces una ciudad muy visitada por artistas, conocedores, literatos y filósofos, personas de clase media alta y alta que consideraban el viaje al origen de Europa, el denominado Grand Tour, una etapa fundamental de su formación educativa que marcaba su diferencia social a través del conocimiento y el gusto. Este viaje, que podía durar desde varios meses hasta años y que podemos entender como el antecedente del actual turismo, generó un gran mercado de antigüedades y de copias, de detalles y recuerdos que los viajeros compraban para poderlos mostrar al volver a casa. Los Zoffoli supieron aprovechar este importante nicho de mercado, que sería lo que más tarde se han denominado los souvenirs. No solo esculturitas de los Zoffoli, también las vedute de Canaletto o los grabados de ruinas de Giovanni Battista Piranesi acababan en el equipaje de los viajeros, sirviendo, una vez en su país, como elementos difusores de la cultura clásica.