Gabriel de la Corte

Madrid 1648 - Madrid 1694

Por: Ángel Aterido

Artista perteneciente a una saga de pintores flamencos presentes en Madrid desde el reinado de Felipe III. Era nieto de Juan de la Corte e hijo de Lucas de la Corte, quien compatibilizaba su dedicación artística con el puesto de mozo en el Oficio de Damas de la Casa de la Reina. Es posible que iniciara con su padre su formación artística, aunque la escasez de datos sobre su progenitor no permite más detalles. Pudo también ser su abuelo quien interviniera en su educación, pues poco antes de morir en 1662 declaraba vivir en casa de su nuera, María de Flores, la madre de Gabriel, que por entonces ya era viuda, y declaró a sus nietos por herederos.

Aunque no hay constancia documental, se asume que el joven hubo de afrontar su formación definitiva en el taller de Juan de Arellano, el autor más industrioso e importante en el subgénero floral dentro de la pintura de bodegones en Madrid a partir de 1650. La dedicación de Gabriel a la misma temática y la dependencia de los modelos de Arellano en algunas tipologías, especialmente en los jarrones, avalan esta suposición.

En 1667 contrajo matrimonio con Águeda de los Ríos en la parroquia de San Sebastián, lo que indica que ya entonces dispondría de un grado de maestría suficiente para establecerse. Los contados datos biográficos seguros se centran en los sucesivos nacimientos de sus hijos Lucas Felipe (1670), Teresa (1673) y Baltasar (1676), el primero apadrinado por el también pintor de flores Francisco Pérez Sierra, de quien Gabriel fue concuñado y con quien mantuvo una estrecha amistad. En fecha todavía por documentar nacerían sus hijos menores Francisco y Mateo. En 1680 participó en las decoraciones efímeras para la entrada en Madrid de la primera mujer de Carlos II, María Luisa de Orleans. En concreto formó una compañía con Manuel Pérez, Jerónimo Gallardo y Mateo Anguiano para las vallas y árboles de luminarias para la plaza del Alcázar. Sufragado por el Concejo, se les encargaron motivos decorativos y heráldicos acordes con el acontecimiento. Así, tanto por los documentos como por las obras conservadas, es sabida su dedicación a temas decorativos: guirnaldas, floreros y mascarones con flores. Firmó su obra más representativa poco después de dichos trabajos festivos, ya en 1687. Se trata de una pareja de guirnaldas florales (Madrid, Universidad Complutense) que reflejan bien su papel en la evolución del género en la corte. La herencia de Arellano se entremezcla con un colorido más claro y una mayor soltura de pincel, que denotan su conocimiento de artistas como Andrea Belvedere, seguramente a través de lienzos llegados a las colecciones madrileñas.

Gracias a la tasación en 1690 de la colección de un secretario del rey, Manuel Rodríguez de los Ríos, se tiene noticia cierta de que ideó conjuntos para las residencias pudientes de la capital. En concreto sobrepuertas, guirnaldas e incluso un frontal de altar. También, como hiciera Arellano, colaboró con otros colegas de profesión realizando orlas florales para las escenas que estos pintaban, como Francisco Antolínez, Matías de Torres y Antonio Castrejón. Pese a tal actividad, según Antonio Palomino, su excesiva especialización acabó por impedir que recibiera ingresos suficientes para sostener a su abultada prole. Acuciado por la necesidad, tuvo que trabajar para otros y multiplicar sus colaboraciones. Incluso llegó a vender sus pinturas en la calle. Murió antes de cumplir cincuenta años. Su obra y personalidad artística se han revalorizado y documentado mejor desde las últimas décadas del siglo XX, si bien está pendiente de una contextualización más ajustada en el panorama pictórico del reinado de Carlos II.