Con una formación cruzada de Historia del Arte y Fotografía, a principios de la década de 1990 comenzó a realizar un trabajo basado en una poética del objeto con claves genealógicas que se encuentran en el surrealismo —por ejemplo, la taza de pelo de Meret Oppenheim— y en los poemas visuales —con referencias al catalán Joan Brossa—. El salto que dan los paradójicos objetos de Madoz respecto a estos antecedentes es que se elaboran exclusivamente para ser fotografiados. Se trata de objetos de uso cotidiano que nunca se manipulan, aunque sí se descontextualizan y se presentan en un primer plano, convirtiéndolos en personajes retratados. Una de las estrategias visuales de este autor es fotografiar siempre en blanco y negro como fórmula para subrayar que la imagen sucede en otro espacio, el mental. Por otro lado, se trata de cruzar objetos aparentemente irreconciliables pero cuya unión se nos presenta asombrosamente natural, sirviéndose de metáforas y metonimias (una alcantarilla que se convierte en un escurreplatos; una pluma cuya caída rompe un estante de cristal; una copa de vino que es un pubis femenino; una nota musical que ocupa el sonido que sale de una garganta, etcétera). Este encuentro imposible entre objetos, siempre reconocibles, generan con la fórmula del collage un nuevo sentido: a veces problemas lógicos, en ocasiones paradójicos, para los que debemos decodificar el significado y el uso de cada objeto en una vuelta de tuerca anómala que suele culminar con el divertido «Eureka» del espectador.
Chema Madoz ha realizado exposiciones individuales en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (1988); el Museo Reina Sofía (Madrid, 1999); el Centro Galego de Arte Contemporánea (Santiago de Compostela, 1999); la Fundación Telefónica (Madrid, 2006); el Netherland Photomuseum (Róterdam, Países Bajos, 2011); la Fundació Miró (Barcelona, 2013); o la Sala Alcalá 31 (Madrid, 2015). Es Premio Kodak (1990) y Premio Nacional de Fotografía (2000).
Con una formación cruzada de Historia del Arte y Fotografía, a principios de la década de 1990 comenzó a realizar un trabajo basado en una poética del objeto con claves genealógicas que se encuentran en el surrealismo —por ejemplo, la taza de pelo de Meret Oppenheim— y en los poemas visuales —con referencias al catalán Joan Brossa—. El salto que dan los paradójicos objetos de Madoz respecto a estos antecedentes es que se elaboran exclusivamente para ser fotografiados. Se trata de objetos de uso cotidiano que nunca se manipulan, aunque sí se descontextualizan y se presentan en un primer plano, convirtiéndolos en personajes retratados. Una de las estrategias visuales de este autor es fotografiar siempre en blanco y negro como fórmula para subrayar que la imagen sucede en otro espacio, el mental. Por otro lado, se trata de cruzar objetos aparentemente irreconciliables pero cuya unión se nos presenta asombrosamente natural, sirviéndose de metáforas y metonimias (una alcantarilla que se convierte en un escurreplatos; una pluma cuya caída rompe un estante de cristal; una copa de vino que es un pubis femenino; una nota musical que ocupa el sonido que sale de una garganta, etcétera). Este encuentro imposible entre objetos, siempre reconocibles, generan con la fórmula del collage un nuevo sentido: a veces problemas lógicos, en ocasiones paradójicos, para los que debemos decodificar el significado y el uso de cada objeto en una vuelta de tuerca anómala que suele culminar con el divertido «Eureka» del espectador.
Chema Madoz ha realizado exposiciones individuales en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (1988); el Museo Reina Sofía (Madrid, 1999); el Centro Galego de Arte Contemporánea (Santiago de Compostela, 1999); la Fundación Telefónica (Madrid, 2006); el Netherland Photomuseum (Róterdam, Países Bajos, 2011); la Fundació Miró (Barcelona, 2013); o la Sala Alcalá 31 (Madrid, 2015). Es Premio Kodak (1990) y Premio Nacional de Fotografía (2000).