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El Archivo Fotográfico del Banco de España

1874–2023

Con la presente publicación, el Banco de España presenta un conjunto de más de quinientas cincuenta imágenes fotográficas, hasta ahora apenas conocidas. Constituyen una pequeña muestra del fondo que el Banco de España posee y custodia en su Archivo Histórico, compuesto por más de 25.000 fotografías acumuladas a lo largo de los últimos 150 años de vida de la institución. Son imágenes de carácter documental que en su momento formaron parte de los expedientes generados por el Banco en su gestión administrativa. Así, a los expedientes relacionados con la construcción de edificios o la búsqueda de localizaciones, se incorporaron imágenes fotográficas de posibles sedes, de calles y barrios que ayudaban a la elección de las áreas metropolitanas donde instalarse o de los edificios en construcción. Los expedientes personales de los empleados incluyeron sus retratos fotográficos, mientras que en los expedientes de eventos se agregaron imágenes de los actos, los asistentes y las salas preparadas para conferencias, recepciones y eventos protocolarios.

Una primera reflexión sobre el Archivo Fotográfico del Banco de España es que no nació con la intención de ser una colección, aunque hoy en día lo sea. Más bien, tuvo una clara intención documental, formando las fotografías parte de los expedientes que componen la tramitación de diversos asuntos y que encuentran su destino en el Archivo de la institución. Esta consideración como documento tiene implicaciones importantes, especialmente en la comprensión completa de las fotografías, que depende del contexto en el que surgieron y del que forman parte, es decir, del contexto proporcionado por los documentos que las acompañan. Por este motivo, a pesar de que por razones de conservación la mayoría de estas fotografías se han separado físicamente de sus expedientes originales, se ha mantenido su conexión intelectual con su lugar de origen de manera precisa1.

El Archivo Fotográfico del Banco de España existe desde hace pocos años, desde 2019 para ser exactos. Surge como resultado de un importante trabajo desarrollado en su Archivo Histórico que ha dado valor, por primera vez, a un conjunto de documentos previamente dispersos y poco conocidos. Explicado de modo simplificado, el trabajo realizado implicó la localización, identificación, descripción, instalación y digitalización de las fotografías que de diversas formas habían ido llegando al Archivo de la institución. El análisis minucioso del contenido icónico de este material ha permitido un conocimiento amplio y profundo de las fotografías custodiadas, las cuales se ponen a disposición del público investigador y de la sociedad en general con esta publicación.

El conjunto fotográfico se ha organizado en tres bloques temáticos, que coinciden básicamente con las series del Archivo de donde provienen las fotografías. El primer bloque abarca la presencia del Banco de España en la ciudad, representado extensamente por los edificios de Madrid y las setenta sucursales establecidas en el territorio nacional, así como las agencias de Tánger, Larache y Tetuán, en el norte de África2. El segundo bloque lo componen las fotografías de empleados que han formado parte de la vida del Banco de España, con sorprendentes retratos. El tercer bloque abarca los actos y eventos institucionales, como aniversarios, reuniones de accionistas, visitas institucionales, tomas de posesión de gobernadores o firmas de convenios.

En cuanto a los edificios que el Banco ha ocupado en Madrid a lo largo de su larga historia, el fondo fotográfico es abundante, aunque numéricamente desigual según los periodos. No contiene imágenes de las dos primeras sedes utilizadas por la institución, el palacio del conde de Sástago, en la calle de la Luna, donde estuvo el Banco Nacional de San Carlos entre 1783 y 1825, y la casa de la calle de la Montera, 38, a la que se trasladó en 1825 y en la que, en 1829, se transformaría en Banco Español de San Fernando. No hubiera sido posible la realización de fotografías antes de 1839, año en que se presentó públicamente el invento de la fotografía en la Academia de Ciencias de Francia, en París, pero tampoco se conservan imágenes de ninguno de estos edificios de fechas posteriores.

El edificio de la calle de la Montera albergó al Banco hasta 1847, cuando su fusión con el Banco de Isabel II le permitió acceder a una sede mucho más grande, el palacio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, en la calle Atocha, 15, donde el banco madrileño operó desde su fundación en 1844. Construido por José de la Ballina Fernández a mediados del siglo XVIII, el Banco de San Fernando, convertido en Banco de España en 1856, permaneció en este edificio hasta 1891, año en que se inauguró la actual sede en la plaza de Cibeles, en la intersección de la calle Alcalá con el paseo del Prado3. Es importante destacar que este fue el primer edificio construido en Madrid por iniciativa del Banco, ya que las anteriores sedes eran edificios reutilizados.

La imagen más antigua del nuevo edificio muestra el momento de su construcción, cuando ya se encontraba en la planta principal, con una grúa de vapor en primer plano elevando los materiales (p. 42). Fue tomada alrededor de 1886 por el establecimiento fotográfico de J. Laurent y Cía., fundado por el insigne Jean Laurent, fotógrafo de origen francés afincado en España desde principios de la década de los cuarenta y uno de los padres de la fotografía en nuestro país. De un momento un poco posterior se destaca, como una de las joyas de la colección, un reportaje realizado por el mismo establecimiento en 1891, poco después de la finalización del edificio. El reportaje original constaba de nueve fotografías que mostraban tanto el exterior como algunos de los espacios interiores. Se conservan apenas algunos negativos y seis o siete positivos, varios de los cuales son ejemplares únicos en posesión del Banco de España. El reportaje tenía como objetivo capturar los aspectos más destacados y públicos del edificio, como su imponente exterior, las sólidas e inexpugnables puertas de acceso, la majestuosa escalera principal, los amplios patios para operaciones con clientes y las súper seguras cajas de alquiler, habiéndose realizado las tomas desde ángulos que permitían tener una visión extensa de los espacios. Las fotografías estaban destinadas a servir de modelo para los grabados que aparecerían los meses de marzo y abril de ese mismo año en la revista más popular de la época, La Ilustración Española y Americana, donde se presentó la finalización de esta monumental construcción, calificada nada menos que como el «Palacio del Banco de España»4. Estas fotografías constituyen el testimonio más auténtico y casi único del edificio tal y como se imaginó y construyó, ya que lamentablemente no se han conservado los planos de Eduardo de Adaro, el principal arquitecto detrás de este proyecto, ni la mayor parte de los dibujos de los numerosos detalles decorativos que adornan el edificio, según lo evidencian los documentos del rico Archivo Histórico del Banco. Las fotografías ofrecen una información única, que cobra aún más valor al compararlas con el edificio en su aspecto actual, conservado casi intacto en alguno de sus espacios, como el patio cubierto destinado a Caja de Efectivo, que ahora alberga la Biblioteca, pero transformado de modo drástico en otros, como el salón de Juntas de Accionistas (p. 47). Esta sala fue reformada en dos ocasiones por el arquitecto Juan de Zavala; la primera vez en 1935, acortando la sala, y la segunda vez en 1963, cuando se eliminó irreversiblemente el programa iconográfico original en escayola del edificio, creado por el escultor Francisco Molinelli y basado en la utilización de elementos mitológicos relacionados con la fuerza, el dinero y el comercio.

La imagen del patio de Caja de Efectivo se destaca del conjunto por la aparición de la figura humana, disponiéndose varios personajes repartidos por el espacio. Son vigilantes y limpiadores que parecen haber sido sorprendidos en algún instante de su trabajo cotidiano (p. 46). Sin embargo, a pesar de la aparente espontaneidad de la toma, aquellos familiarizados con las técnicas fotográficas y de impresión del siglo XIX sabrán que la escena no tenía nada de espontánea. El fotógrafo organizó cuidadosamente el espacio como si de una escena pictórica se tratara, disponiendo a los personajes quietos hasta que la toma fue realizada, pues, hasta la llegada de la fotografía instantánea, ya en el siglo XX, las imágenes necesitaban un largo tiempo de exposición y ello requería de su inmovilidad absoluta. La introducción de la figura humana fue una práctica habitual en la fotografía del siglo XIX, constituyendo un recurso utilizado por los fotógrafos para la humanización de las fotografías y, al mismo tiempo, proporcionar al espectador la referencia espacial necesaria que le permitiera calcular las dimensiones reales del espacio5. La aparición de personas en esta fotografía, junto con la presencia visible de polvo y suciedad propios de la obra, contribuye a transmitir una impactante sensación de momento detenido en el tiempo como ninguna otra imagen de este grupo logra conseguir.

Los positivos de las imágenes, utilizando los negativos originales, fueron realizados en una fecha posterior. Corresponden a Juana Roig, cuyo sello en hueco aparece en el margen inferior derecho. Ella explotó el archivo Laurent entre 1915 y 1921, aproximadamente, por lo que estas fotografías podrían ser datadas en dicha franja cronológica, aunque la toma fotográfica corresponda, indudablemente, a 1891 (pp. 44-47). El hallazgo de estos positivos únicos —pues se conocen pocos más— se produjo recientemente. Habían permanecido muchos años ocultos entre los documentos que se habían trasladado a Madrid desde la sucursal de Badajoz. Su descubrimiento constituye uno de los logros del proyecto de formación del Archivo Fotográfico en el que el Banco de España ha trabajado en los últimos años6.

La celebración de eventos o de aniversarios ha originado algunos de los reportajes que nos permiten conocer la evolución del edificio a lo largo de los años. La celebración de los 50 años de concesión del monopolio de emisión, en 1924, fue acompañada con la publicación de un libro conmemorativo del evento —50.º aniversario de la fundación del Banco Nacional de España—, que incorporó bellísimas tomas fotográficas de la sede de Madrid, de las sucursales, de los directivos del Banco y de sus empleados de mayor nivel. El reportaje, que es esencialmente un foto-libro, constituye una especie de carta de presentación pública de la institución y adquiere mayor valor si se considera la escasez de material fotográfico producido en aquellos años. Algunas de las fotografías fueron realizadas por Juan Aguilera Fernández (pp. 52-53), oficial del Banco y fotógrafo aficionado, y el libro fue impreso en el taller de la afamada fototipia de Hauser y Menet, de Madrid.

Otro evento —la finalización de la primera ampliación del edificio, en 1936— fue la ocasión para la realización de un segundo libro, El Banco de España. Información gráfica. 1936, que fue editado por la Asociación General de Empleados del Banco de España. Se publicaba con la intención de solemnizar la finalización de la obra de ampliación de las oficinas centrales, mostrando los modernos espacios construidos en el solar resultante de la demolición de las casas que habían sido de Bartolomé Santamarca, en la calle de Alcalá (p. 59). Esto incluía la imponente Caja subterránea, levantada a 35 metros de profundidad, obra del arquitecto José Yárnoz Larrosa. Como si de un reportaje completo del Banco de España se tratara, el libro incorporó las fotografías de los edificios de las sucursales y agencias entonces abiertas y los retratos de su personal. La riqueza de información que aportan al conocimiento de la historia del Banco de España es innegable, especialmente considerando el amplio grado de expansión territorial adquirido en ese momento y la presentación de casi todas las sedes que el Banco llegaría a tener en su historia.

Otras publicaciones posteriores, como El edificio del Banco de España (1953), de Félix Luis de Baldasano y de los Llanos, o Arquitectura del Banco de España (2001), con fotografías de Javier Campano, han sido la ocasión de realizar nuevos reportajes del edificio. Estos documentos, en conjunto, constituyen los registros gráficos más relevantes de la evolución de los espacios del Banco de España y una fuente de información de inexcusable consulta para su conocimiento, conservación o intervención en ellos.

Sin embargo, no solo las publicaciones de libros han sido el motivo de la realización de fotografías. Con frecuencia, las obras son la fuente principal para generar documentos fotográficos. La construcción de la Caja subterránea en la sede madrileña, comenzada en 1932 y finalizada en 1936, originó un reportaje compuesto por 27 fotografías pegadas a tres cartones de gran formato. En ellas se reflejan algunos de los trabajos realizados, mostrando numerosos detalles de la obra, como filtraciones, entibaciones, taponamientos, cimentación de soleras, construcción de pozos, de bóvedas, de diversas galerías y del paso de ronda. El conjunto proporciona la imagen gráfica de una edificación única que fue todo un reto constructivo en su época y en el que no escasearon las dificultades7. También aquí el fotógrafo, hasta ahora desconocido, introdujo la figura humana en actitud de posado, brindando así una referencia de la dimensión real de los espacios (pp. 60-63).

Una serie de fotografías que destaca por el gran volumen generado y el período que abarca, es la realizada durante la construcción del edificio de las calles de Los Madrazo y Marqués de Cubas, entre 1969 y 1976. Se trata de un conjunto de setecientas imágenes cuya periodicidad coincide con las etapas de la obra, mostrando los detalles constructivos a lo largo de los siete años de duración de los trabajos (pp. 78-83). El conjunto proporciona información detallada de la evolución de la obra y, además, nos regala imágenes únicas de las edificaciones preexistentes, como el cine Gong o la redacción del periódico «El Liberal», que fueron demolidos.

Las fotografías más antiguas conservadas en el Archivo del Banco de España de este primer bloque datan, aproximadamente, de 1880 y están vinculadas a la creación de la red de sucursales. Las primeras sedes territoriales se abrieron en Valencia y Alicante en 1858, bajo el amparo de la Ley de 28 de enero de 1856, que permitía la creación de entidades de emisión y descuento en ciudades donde no existieran previamente sucursales del Banco de San Fernando. Esta ley también otorgó a la institución su denominación definitiva como Banco de España. El resto —hasta un total de setenta— se establecieron a partir del Decreto de 19 de marzo de 1874, firmado por el ministro de Hacienda, José Echegaray Eizaguirre. Este decreto concedió al Banco de España el monopolio de emisión de billetes. El privilegio de emisión, con la consiguiente necesidad de extender la utilización del billete, impulsó la creación de una amplia red de sucursales que se desplegó rápidamente por todo el país. El decreto ofrecía a los bancos que se habían establecido durante el período de la pluralidad de emisión (1856-1874), la posibilidad de fusionarse con el Banco de España —oferta que fue aceptada por algunos de ellos—, o bien continuar como establecimientos bancarios, pero sin la capacidad de emitir billetes. La apertura de sucursales del Banco de España fue inmediata. Durante 1874 se establecieron doce, que, junto con Valencia y Alicante, sumaban catorce. Hacia finales del siglo, su número llegó a 58, y en 1932 había 68. Las dos últimas —Ferrol y Ceuta— abrieron en 1945 y 1957, respectivamente. Las representaciones del Banco en el exterior comenzaron en 1902 con las agencias de Londres y París, seguidas por Berlín en 1903. Tánger abrió en 1909, mientras que Larache y Tetuán lo hicieron en 1920.

El Archivo Fotográfico contiene un buen conjunto de fotografías de las sucursales tomadas en distintos momentos de su historia. Esto nos permite conocer los edificios y sus transformaciones a lo largo de los 150 años de existencia de las sucursales del Banco de España. De los tiempos más lejanos, es común encontrar fotografías adjuntas a las cartas enviadas al gobernador por los directores de las recién creadas sedes territoriales, una de cuyas primeras funciones era encontrar edificios adecuados que albergaran la institución. Como resultado de aquellas pesquisas se conservan curiosas instantáneas, entre las que cabe destacar una de la plaza del Duque de Medinaceli, de Barcelona, tomada por Jean Laurent. Esta fotografía iba adjunta a una carta fechada el 7 de julio de 1882 en la que el director de la sucursal proponía al subgobernador el traslado de sede, entonces en la calle Ampla, a uno de los edificios localizados en la plaza. Aunque la propuesta no prosperó, fruto de aquel intento nos ha quedado en la colección la hermosa imagen realizada por el fotógrafo francés (p. 164). De la casa March de Reus, a la que se trasladó la sucursal en 1892, se custodia un interesante conjunto de fotografías, datadas en 1929, que ofrecen una visión de una sucursal nada habitual, pues se asemeja más a un palacio burgués que a una instalación bancaria. En efecto, el edificio, construido a finales del siglo XVIII por el arquitecto Joan Soler y Faneca, por encargo de Salvador March i Bellver, fue concebido como palacio de este rico comerciante. En él abundaban los detalles ornamentales en vestíbulos, salones y habitaciones que el Banco, durante sus casi cuarenta años de ocupación del edificio, no alteró (pp. 165-167). Únicamente sufrieron adaptaciones aquellos espacios cuyas necesidades funcionales lo exigieron, como el patio central, que fue convertido en patio de Efectivo mediante su cobertura con una armadura de hierro y cristal en una reforma de los arquitectos Elías y Francesc Rogent8.

Destaca en el Archivo una serie de fotografías de sucursales cuyos edificios, por diversas razones, se han perdido. Naturalmente, esta circunstancia confiere gran importancia a sus fotografías. Es el caso del edificio de la Alameda Hermosa, en Málaga, que había pertenecido al Banco de Málaga, fundado en 1856 al amparo de la ley de pluralidad de emisión. En la fusión de este con el Banco de España, en 1874, el inmueble pasó a la propiedad del instituto emisor, convirtiéndose en su sede durante más de sesenta años (p. 196). En 1936 el Banco se trasladó a un edificio construido en la avenida de Cervantes, obra proyectada por el arquitecto José Yárnoz Larrosa en 1933 (pp. 198-199). Meses después de la reubicación, en febrero de 1937, en plena Guerra Civil, la primitiva sede fue bombardeada, quedando en un estado de ruina tal que hubo que proceder a su demolición (p. 197).

En otras ciudades, como Toledo, Valladolid, San Sebastián, Segovia o Almería, en cambio, fue el Banco el que realizó la demolición de sus propios edificios para construir, en los mismos solares, otros más modernos y funcionales. En varias de estas localidades, el Banco había levantado construcciones de nueva planta en 1877 (Valladolid), 1883 (San Sebastián), 1893 (Segovia) y 1902 (Almería). Todos ellos son ejemplos perdidos de una etapa primitiva de la arquitectura del Banco de España en la que aún no se había definido un estilo propio, como sucederá más adelante, especialmente a partir de la construcción de la sucursal de Vitoria, proyectada por José Yárnoz Larrosa en 1917. El edificio de Valladolid tiene el honor de haber sido el primero construido en la historia del Banco de España por encargo de la institución. Se levantó en un solar comprado al Ayuntamiento en la calle Duque de la Victoria, 28, con un proyecto del arquitecto aragonés Pedro Martínez Sangrós. De este inmueble, demolido en 1954 para la construcción de uno nuevo en el mismo solar, que se encargará a Romualdo de Madariaga, se conservan magníficas fotografías realizadas por Enrique Gilardi Silva (p. 200). Algo similar sucede con la sucursal de San Sebastián, que se instaló en 1874 en la calle de la Trinidad, 28, en la que fue sede del Banco de San Sebastián en aquella localidad, fusionado con el de España a raíz del monopolio de emisión. El proyecto de un nuevo edificio fue realizado entre 1881 y 1883 por los arquitectos Severiano Sainz de la Lastra y José Goicoa. De esta construcción, levantada en la calle Garibay, 26, se conserva un pequeño reportaje realizado por Kruz Merino de indudable valor testimonial (pp. 218-219), pues el edificio fue demolido para la construcción de una nueva sede, que fue proyectada por José Yárnoz Larrosa en 1935 (pp. 220-221). En Segovia, fue José María Aguilar, arquitecto ligado a la institución desde 1885 por su incorporación a la construcción de la sede madrileña en sustitución de Severiano Sainz de la Lastra, quien en 1893 realizó el proyecto de una nueva sucursal en el solar de los Huertos. Se conserva poca documentación gráfica de este proyecto, de ahí la importancia de las tres fotografías que han llegado a nuestros días, realizadas por el fotógrafo segoviano Jesús Unturbe (pp. 118-119). Desgraciadamente, esta edificación también fue demolida, para levantar una nueva más acorde con las posteriores necesidades de la entidad. El proyecto fue llevado a cabo por el arquitecto Romualdo de Madariaga en 1949 (p. 121). De la sucursal de Almería en la plaza Circular, proyectada por el arquitecto local Enrique López Rull en 1902, se conserva un delicioso reportaje realizado por el granadino Antonio Mateos Hernández, datado en 1929. Está compuesto de imágenes del exterior, del patio del Público, del despacho de Dirección y de las oficinas de Caja e Intervención, que nos hablan de un estilo de arquitectura bancaria y de formas de trabajo que ya han desaparecido (pp. 160-163). Es inevitable sentir cierta nostalgia al contemplar estas bellísimas imágenes, ya que el edificio fue demolido en 1953 para dar paso una nueva construcción, de nuevo diseñada por Romualdo de Madariaga.

La vida y las transformaciones de las sedes territoriales quedan magníficamente reflejadas en la colección y permiten conocer multitud de detalles de los espacios y de su evolución en el tiempo. Por citar algunos de los muchos ejemplos de ello, destacamos el caso de la actual sucursal de Bilbao en la Gran Vía de D. Diego López de Haro, que fue fotografiada en 1923, el año de su inauguración, en un extenso e imponente reportaje del cual se desconoce el autor. Fue un regalo de su arquitecto, Julián Apraiz, al Consejo de Gobierno (pp. 130-137). El conjunto ofrece una panorámica completa del edificio en su aspecto original, mostrando el exterior, el patio de Operaciones, las ventanillas de Caja, el ascensor, la armadura de protección de la vidriera, así como la Caja de Metálico y el Archivo. Otras fotografías posteriores nos permiten observar la reforma realizada en 1955 por José Yárnoz Larrosa, que modificó significativamente el aspecto del patio de Operaciones al eliminar las bellísimas escayolas decorativas y reemplazar los elementos en hierro originales con revestimientos de mármol, en un estilo más acorde con los gustos modernizadores de los años cincuenta. La misma idea de fotografía como documento gráfico se repite en otros edificios de importancia, como los de Zaragoza o Barcelona, y también en otras sucursales de carácter secundario, las cuales han experimentado transformaciones significativas a lo largo del tiempo. De aquellas, nos han llegado numerosas imágenes de sus orígenes y de sus diferentes etapas evolutivas. En el caso de Zaragoza, se ha conservado un interesante reportaje, del cual se muestra una imagen en la página 110, realizado en vísperas de su inauguración, en agosto de 1936, por el establecimiento fotográfico Coyne. A la luz de fotografías posteriores, se evidencian los grandes cambios sufridos en el interior del edificio. En la sucursal de Barcelona sucede algo similar, ya que han llegado a nosotros numerosas fotografías de la sede de la plaza de Cataluña, tomadas poco después de su construcción, así como en momentos posteriores, lo que nos permite documentar las trasformaciones sufridas (pp. 174-177). Durante la inauguración del inmueble, el 18 de octubre de 1955, Carlos Pérez de Rozas realizó un reportaje de impresionante calidad. El acto congregó a más de trescientos invitados del más alto nivel, que quedaron inmortalizados en el voluminoso conjunto. Entre ellos se encontraban el jefe del Estado, Francisco Franco, y su esposa, Carmen Polo; Francisco Gómez del Llano, ministro de Hacienda; Manuel Arburúa de la Miyar, ministro de Comercio; autoridades civiles y militares de la región, y banqueros y empresarios catalanes. Por supuesto, el Consejo de Gobierno del Banco completo estuvo presente, acompañado del arquitecto Juan de Zavala, autor del edificio, quien actuó como cicerone (p. 175). El acto de colocación de la primera piedra también quedó inmortalizado en un reportaje del fotógrafo barcelonés Manuel Mateo Serrano, al cual asistieron los representantes de los organismos más importantes de la Barcelona del momento (pp. 172-173).

No podemos dejar de mencionar las fotografías realizadas por Andreu Puig i Farran de la sede de Barcelona en Vía Layetana, una obra singular de José Yárnoz Larrosa y Luis Menéndez Pidal, inaugurada en 1932. Se trata de uno de los mejores edificios construidos por el Banco de España en su historia y que hoy ocupa otra entidad bancaria (pp. 169-171). La original disposición de vestíbulos, patios y oficinas de la planta baja, junto con sus correspondientes lucernarios, ha sido magníficamente destacada por el fotógrafo, que ha logrado capturarlos con el esplendor que merecen.

La elección de las áreas urbanas en las que el Banco se estableció no fue aleatoria, sino el resultado de cuidadosos estudios de las ciudades y los barrios, buscando las áreas de mayor actividad financiera, las calles más amplias y despejadas, y el mejor posicionamiento institucional. Ello dio lugar al fotografiado de vías públicas y edificios que ayudaban en la elección. Algunos ejemplos de ello son los reportajes de la ciudad de Burgos en 1947 (pp. 212-213), en sus céntricas calles de Vitoria y avenida del General Sanjurjo (actual avenida del Arlanzón), o de Alicante en 1936, en su calle de Méndez Núñez (p. 216), donde se construirían los edificios de ambas sucursales, que serían proyectados por José Yárnoz Larrosa en 1955 y 1943, respectivamente (pp. 214 y 217). De otras ciudades, como Teruel o Las Palmas (p. 124), nos han llegado interesantes reportajes fotográficos de arquitectura tradicional realizados para documentar los estilos locales en los que se integrarían ambos edificios. La construcción de las agencias de Tánger, Larache y Tetuán ha producido, asimismo, un fotografiado nada desdeñable de estas ciudades en busca de solares aptos para la instalación del Banco. Indudablemente, desde el punto de vista del conocimiento del pasado de nuestras urbes, estas imágenes constituyen testimonios gráficos de gran interés.

A lo largo de su historia, el Banco de España ha tenido en plantilla únicamente a tres fotógrafos. El primero fue José Irigoyen y Zabaleta, que ingresó en 1903 como «fotógrafo y reproductor de clichés y galvanos de la Sección de Fabricación de Billetes» y permaneció en el cargo hasta 1907, fecha en la que se suprimió el puesto9. El segundo fue Diego González Ragel, que ingresó en 1941. Tras su fallecimiento en 1951, le sucedió su hijo, Diego González Mellado, quien estuvo en activo hasta 1983. Además de la presencia de estos fotógrafos, antes, durante y después de los períodos de sus cargos, el Banco ha utilizado los servicios de numerosos profesionales. En el Archivo Fotográfico del Banco de España se ha detectado la presencia de casi seiscientos fotógrafos que han colaborado con la institución repartidos por toda la geografía española, cuyas cámaras han ido retratando a gobernadores, consejeros, empleados, edificios y eventos de todo tipo. Como hemos ido viendo, muchos de ellos eran profesionales muy conocidos, con el prestigio de Jean Laurent, Eusebio Juliá, Orestes Calvet, Coyne, Ferrer, Marín Chivite, Torres Molina, Alfonso, Francisco García Cortés, Carlos Pérez Siquier, Pepe Campúa, Manuel Aumente, Cristóbal Portillo, Alfonso Sánchez García o Martín Santos Yubero. Sin embargo, la mayoría son fotógrafos menos o nada conocidos, aunque, igualmente, como es patente, grandes profesionales.

Un segundo bloque del Archivo Fotográfico del Banco de España lo constituyen las fotografías de las personas que han formado parte de la institución. Se trata de los retratos de empleados procedentes de sus expedientes personales, datados aproximadamente entre 1906 y 1948, y de fotografías de grupos de empleados destinadas, en su mayoría, al anteriormente mencionado foto-libro editado por la Asociación General de Empleados del Banco de España en 1936.

De estos, el grupo más variado y extenso lo componen los retratos que formaban parte de los expedientes personales, que estaban destinados a la identificación y control de los empleados. Inevitablemente, con el transcurso del tiempo, estas fotografías han ido perdiendo su utilidad original, quedando ocultas durante más de un siglo entre los expedientes y documentos del archivo. Gracias al trabajo de recuperación archivística llevado a cabo, hoy disfrutamos de una colección de incalculable valor documental, histórico, social, artístico y sentimental. Se han recuperado rostros, nombres y oficios que estaban destinados a perderse en la profundidad del archivo y del tiempo, pues a estos empleados no les correspondía el privilegio de perdurar en la memoria ni en la historia oficial. A través de sus retratos, a los que nos acercamos con el absoluto respeto que merecen los desaparecidos, hoy podemos conocer un poco mejor la historia social y humana del banco. Las fotografías, amarilleadas por el paso del tiempo, reproducen la imagen de los empleados con un extraordinario detalle y sensación de materialidad y nos sitúan en otra época —lejana—, pero no tan distinta a la nuestra.

La costumbre de unir las fotografías de empleados a sus expedientes personales data de 1905 y así queda recogido en un acuerdo del Consejo de Gobierno de 17 de noviembre de dicho año:

Que se unan a los expedientes personales de todo el personal subalterno de Caja, Portería, Vigilancia, Fábrica de Billetes sus retratos fotográficos, que se harán en la galería del Banco y estarán firmados por los interesados10.

El acuerdo nos sugiere que el Banco en aquel entonces pretendía reforzar los medios para identificar al personal que estaba en contacto directo con el dinero y los valores, que se encargaba de tareas vinculadas a la seguridad del edificio o cuyos cometidos le permitían conocer y recorrer ampliamente las instalaciones de la entidad.

Como resultado del citado mandato, se estima que se realizaron, entre 1905 y 1907, cerca de 300 fotografías del personal de Madrid de las escalas prescritas en el acuerdo. De todas ellas, se conserva un precioso conjunto de al menos 250 retratos, que fueron realizados en las instalaciones del Banco, casi con total seguridad, por el fotógrafo que entonces estaba en plantilla en la Fábrica de Billetes, José Irigoyen Zabaleta. La capacidad que entonces ya tenía la fotografía de reproducir de forma múltiple una misma imagen y de aplicar formas de producción estandarizadas, facilitó la labor burocrática de fotografiado de los empleados. Las fotografías de los expedientes personales eran equiparables en validez a cualquier documento textual que encontramos en los expedientes administrativos de la institución. Su producción y sus resultados se inspiraron en los principios que rigen los procedimientos administrativos: legalidad, eficacia, eficiencia y objetividad. Estas son, por tanto, un digno antecedente de las tan conocidas fotografías de carnet, aparecidas varias décadas después y que, a día de hoy, siguen utilizándose en los expedientes y documentos oficiales.

Las fotografías de José Irigoyen Zabaleta son todas del mismo formato. Los retratos de busto de los empleados se presentan dentro de un óvalo y, como establece el acuerdo del Consejo de Gobierno, tienen la firma del retratado al pie de la imagen (pp. 274-279). Además, en la parte superior derecha del anverso, se encuentra la anotación manuscrita del número de cliché, lo que indica que se procedió de forma ordenada y con criterios de archivo. Por desgracia, ni los clichés, que debieron de ser de cristal, ni los inventarios, cuadernos ni otros instrumentos de control del archivo, que seguro existieron en el laboratorio del fotógrafo, han llegado hasta nosotros.

De este grupo de fotografías más antiguas, realizadas por José Irigoyen, se ha procurado seleccionar para este catálogo a aquellos empleados que desempeñaban oficios hoy desaparecidos en el Banco. Así, nos encontramos con grabadores de billetes, como Enrique Vaquer (p. 276) o Bartolomé Maura (p. 279), este último con un imponente retrato; el propio fotógrafo y reproductor de clichés y galvanos, José Irigoyen (p. 275); el fogonero, Leandro Zafra (p. 276); las mozas de aseo, Carmen Esteban y Calixta Bravo (p. 277), dos de las primeras mujeres que ingresaron en la plantilla del Banco en 1901 y 1906, respectivamente11; o el sereno, Juan Sotillo (p. 277). Este último estaba imposibilitado para firmar el retrato, por haberse quedado manco en un accidente ocurrido durante las obras de construcción del edificio, en las que había participado como obrero12.

A partir de la página 280, las fotografías de empleados que presentamos en el catálogo son obra de fotógrafos y estudios externos, bien porque se trata de retratos de empleados de sucursales, bien porque fueron tomadas en Madrid después de 1907, año en el que José Irigoyen cesó en su puesto de fotógrafo del Banco. Este conjunto es un valioso testimonio de la actividad de multitud de fotógrafos españoles y de la evolución de los retratos a lo largo de la primera mitad del siglo XX. A diferencia de las fotografías que realizó José Irigoyen en 1906, que son propiamente de identificación, muchas de estas, realizadas por otros fotógrafos, son retratos de estudio. Sus características técnicas y estéticas no van encaminadas exclusivamente a la identificación, sino que emplean diferentes recursos para el embellecimiento y la dignificación de los retratados y del propio objeto fotográfico. En las primeras décadas del siglo, detectamos, entre otros recursos, la preparación en las poses, miradas y actitudes de los modelos, el uso de los fondos y halos difuminados, los acabados satinados, la utilización de técnicas más lujosas, como el papel al carbón, y de soportes secundarios a modo de enmarcación, que nos han dejado ejemplos de variada y singular elegancia (pp. 280-303). Entre ellos, es diferente el caso del retrato de Tomás Marín, de la agencia de París, que sí representa un modelo de fotografía puramente identificativa —de rostro y de perfil— directamente inspirada en las fotografías de reconocimiento que se habían impuesto pocos años antes en las instituciones policiales y penitenciarias de París (p. 293).

En cuanto a las poses de los retratados, aunque indudablemente abundan las fotografías de tres cuartos y de busto, contamos con algunos curiosos ejemplos de cuerpo entero datados en la década de 1920 (pp. 304-307). Estas fotografías son un recuerdo de la costumbre decimonónica, entonces ya en decadencia, de situar a los retratados en escenarios de aire aristocrático con la finalidad de dotarles de una mayor prestancia. Entre ellos, llama la atención la fotografía de Antonio González Esteire que se desmarca con una parafernalia más moderna, más propia de un dandy burgués urbanita que de un aristócrata del diecinueve (p. 304).

En la década de 1930 se produce una paulatina simplificación de los retratos, que se ven despojados del adorno y la fantasía de décadas anteriores. No obstante, en ocasiones se sigue haciendo uso de recursos de iluminación, efectos flow, posados estudiados y virados en tonos cálidos para realzar al retratado y al propio objeto fotográfico, de los que hay magníficos ejemplos en las páginas 308 a 311. A medida que avanzan las décadas de 1930 y 1940, se impone la fotografía de carnet, y la carestía de materiales hace que las instantáneas se tornen más precarias, situando la utilidad por encima de la creatividad o de la calidad del objeto. Por los mismos motivos, en estos años es frecuente hallar en los expedientes personales fotografías reutilizadas o recortadas (p. 313). Aun así, se siguen encontrando algunas de muy buena factura; sirvan de ejemplo los retratos realizados entre mayo y junio de 1936 por los conocidos estudios fotográficos en Madrid de Calvet (pp. 320-321) y de Portillo (pp. 322-323). Ambos estudios realizaron un amplio fotografiado de la plantilla, seguramente destinado a los carnets de empleados, que dio lugar a unos interesantes retratos de aspecto ya muy moderno, especialmente los de Portillo, que, liberados de efectos estéticos superfluos, destacan por una elegante nitidez, sobriedad y veracidad en los rostros.

También en 1936, se inmortalizó a las plantillas completas de los negociados de la sede central y de todas las sucursales y agencias con destino al ya mencionado foto-libro publicado por la institución, Banco de España. Información gráfica. No es necesario subrayar el valor documental de estas imágenes, de las que no se conserva un conjunto igual en décadas posteriores. Cada detalle, desde los espacios arquitectónicos escogidos para la toma, la composición y el volumen de las plantillas, la distribución de las personas en el posado, hasta la indumentaria, incluyendo los uniformes que llevan los empleados, aporta una inigualable y compleja información histórica y social.

En las décadas de 1930 y 1940 destaca, respecto a las décadas anteriores, la presencia creciente de mujeres en la plantilla, de las que se ha hecho una nutrida selección para este catálogo. Desde principios del siglo XX, las mujeres ejercieron en el Banco apenas dos tipos de ocupaciones: la de mozas de aseo desde 1901 y la de auxiliares de amortización de billetes desde 1904 (estas últimas realizaron también otras tareas, como la mecanografía, hasta 1932 en que, por decreto, debieron reincorporarse a la cancelación de billetes). Fueron las circunstancias excepcionales de la Guerra Civil las que propiciaron que las mujeres se incorporaran en mayor número y mayor variedad de puestos a la plantilla del Banco. A partir de 1937 se incorporaron como auxiliares temporeras amovibles, junto a sus homólogos masculinos, para realizar tareas auxiliares en las oficinas del Banco con carácter temporal13. En las páginas 314 a 319 y 358 a 371, nos encontramos con estas primeras auxiliares de los años treinta y cuarenta inmortalizadas en fotografías de carnet, algunas de incontestable calidad estética, como las tomadas por Amer Masfarret (pp. 317, 363), Torres Molina (p. 314) o Leopoldo Savignac (pp. 364 a 366). Estas tienen el valor documental de tantos retratos fotográficos: nos ofrecen la foto fija de las modas en la indumentaria y peinados femeninos de un tiempo y de un grupo social determinado, nos dejan la prueba de la labor de muchos estudios y fotógrafos locales ya desaparecidos, y algunos, por desgracia, olvidados; pero, sobre todo, son el recuerdo de aquellas primeras mujeres que entonces iniciaban el largo camino que aún debían recorrer las profesionales del mundo bancario.

Por último, no podemos concluir este capítulo sin referirnos a las cuatro primeras fotografías reproducidas en las páginas 270 a 273. Se trata de cuatro retratos de estudio en formato cabinet —un tamaño estandarizado de fotografías pegadas sobre cartón rígido a modo de tarjeta de visita, habitual en el siglo XIX—, obra de Eusebio Juliá. Las cuatro fotografías, según averiguaciones de este Archivo Histórico, fueron tomadas en el último tercio del siglo XIX en el estudio de la calle del Príncipe de Madrid, que entonces regentaba el destacado fotógrafo, y enviadas a la sucursal de Cádiz con intención de mostrar los uniformes reglamentarios de los porteros, ordenanzas, celadores y cobradores del Banco. El resultado de las investigaciones ha multiplicado el valor histórico de las imágenes, pues ahora somos conscientes de que no solo se trata de bellos ejemplos de fotografías de estudio decimonónicas firmadas por un relevante fotógrafo, sino que estas constituyen un testimonio de las formas de comunicar información en aquel tiempo, y se trata de uno de los escasos documentos gráficos del aspecto de los empleados del Banco de España en el siglo XIX.

El tercer bloque se ha generado a partir de la organización de actos y eventos institucionales. Casi ciento treinta fotografías, exhibidas de modo cronológico, nos muestran la parte más pública del Banco y sus crecientes interconexiones con los agentes políticos y económicos, nacionales e internacionales (gobiernos, ministerios, bancos centrales, banca privada, Banco Central Europeo…), desde los tiempos de la República —momento de realización de las primeras fotografías conservadas— hasta el tiempo actual, pasando por la guerra, la autarquía, la apertura al exterior de los años sesenta, la nacionalización del Banco, la llegada de la democracia, la consecución de la autonomía, el ingreso en el Banco Central Europeo, la llegada del euro y el momento actual de compromiso de estabilidad, eficiencia, transparencia y excelencia con la sociedad.

Las fotografías más antiguas de este grupo pertenecen a la celebración de una Junta General de Accionistas en marzo de 1934, cuando Alfredo Zavala Lafora era gobernador. El célebre fotógrafo Cristóbal Portillo Robles realizó un reportaje de cinco fotografías que, curiosamente, son casi las únicas conocidas de un evento similar (pp. 385-389). Aunque se desconoce la razón de tal circunstancia, ello concede al reportaje un valor excepcional. La reunión, como era habitual, se celebró en el gran salón de Juntas de Accionistas, donde los miembros del Consejo de Gobierno se situaban en un estrado elevado tras las mesas dispuestas en posición de semicírculo, bajo la presidencia del gobernador y de los subgobernadores del Banco. En el centro del área se disponían los bombos de votación. El resto de la sala estaba ocupado por los accionistas asistentes, que se sentaban en bancos enfrentados en dos bloques, dispuestos de forma transversal a la mesa presidencial. En una de las imágenes, vemos al gobernador, Alfredo Zavala Lafora, posando junto al subgobernador 1.º, Pedro Pan Gómez, el subgobernador 2.º, José Suárez-Figueroa Serrano, y los consejeros José González Pintado y Hermoso, Francisco Aritio Gómez, José Varela de Limia y Menéndez, vizconde de San Alberto, y Lorenzo Martínez Fresneda Jouvé, entre otros. Tras la mesa presidencial, donde en otras circunstancias habría lucido el retrato del rey reinante, se reconoce un tapiz con el escudo republicano de España. Las fotografías muestran el salón en su aspecto original y solo un año antes de la reforma que modificaría para siempre el aspecto de la sala, eliminando completamente el programa iconográfico realizado en escayola por Francisco Molinelli en 1891, como se ha explicado anteriormente.

A ese mismo reportaje de Portillo pertenece la fotografía de una reunión del Consejo de Gobierno, o Consejo General, como se llamaba entonces. También es de marzo de 1934 y en ella se encuentra el recién nombrado gobernador, Alfredo Zavala Lafora, rodeado de los dos subgobernadores y del resto de los miembros del Consejo (p. 388). Finalizada la Guerra Civil y trasladada la sede desde Burgos a Madrid, en 1939, Diego González Ragel volvió a fotografiar al Consejo de Gobierno. Preside la reunión el gobernador, Antonio Goicoechea Cosculluela, y a ambos lados se sitúan los subgobernadores Ramón Artigas y César Arruche (p. 390).

A partir de los años cuarenta, la costumbre de fotografiar actos institucionales y reuniones variadas comienza a hacerse frecuente. Sin duda, la presencia de Diego González Ragel como fotógrafo de plantilla desde 1941 favorece este hecho. De las visitas de autoridades al Banco de aquellos años, una de las más interesantes es la efectuada en 1944 por Demetrio Carceller, ministro de Industria y Comercio, a la Cámara del Oro. De este acontecimiento ha quedado para la historia una simbólica imagen a través de la cual las autoridades monetarias españolas hacían alarde de su capacidad de reconstrucción económica del país mostrando unas estanterías repletas de lingotes de oro de suelo a techo, a tan solo cinco años de la finalización de la Guerra Civil, cuando había desaparecido la casi totalidad de la importante reserva aurífera del Banco de España (pp. 392-393)14. Carceller estuvo acompañado de los directivos del Instituto Español de Moneda Extranjera y del Banco de España y la fotografía fue realizada por Ragel.

A partir de finales de la década de 1950, las visitas al Banco se intensifican como consecuencia de las medidas estabilizadoras y liberalizadoras de la economía española puestas en marcha con el Plan de Estabilización de 1959. Una de las más tempranas es la del ministro de Hacienda francés, Valéry Giscard d’Estaing, en 1963 (p. 410). En 1966 se celebra en España la XIII Conferencia Monetaria Internacional de la American Bankers Association (pp. 416-433). La organización de la Conferencia en España, consecuencia y reflejo del nuevo aperturismo español, nos deja imágenes de una España renacida económicamente, en la que por primera vez en muchos años se perciben signos de progreso y modernidad. La Conferencia reunía a los gobernadores de los bancos emisores más importantes del mundo, a altos directivos de la banca privada, representaciones de organismos internacionales económicos y monetarios, y a diversas personalidades de la vida política y económica española e internacional. Se trataron asuntos de la transcendencia de la situación económica en los principales países industrializados, la balanza de pagos, la política monetaria, el mecanismo monetario internacional y los bloques comerciales. Del evento, que combinó reuniones con visitas turísticas por Madrid, Toledo y Granada, se conservan varios reportajes fotográficos, algunos realizados por fotógrafos de la talla de Manuel Aumente (pp. 416-417, 420-421, 430-433) y del granadino Manuel Torres Molina (pp. 424 a 429).

A partir de los años sesenta del pasado siglo se realizan fotografías de las juras del cargo y tomas de posesión de los gobernadores, en las que, además del designado, aparecen retratadas las personalidades más relevantes de la política y la economía españolas. Los premios de economía Rey de España —inicialmente denominados Rey Juan Carlos—, que se entregan en el Banco de España con periodicidad bienal y que constituyen un reconocimiento a la trayectoria científica de personalidades españolas y latinoamericanas en el ámbito de la economía, son otro de los conjuntos de fotografías conservados (pp. 455, 466, 473, 478 y 494). Fueron instituidos en 1986 por la fundación José Celma Prieto, siendo el primer galardonado Luis Ángel Rojo (p. 455).

Las visitas de los reyes al Banco de España constituyen siempre un motivo de realización de importantes reportajes. Se producen habitualmente con ocasión de eventos destacados, como la celebración del bicentenario del Banco de España en 1982, cuando José Ramón Álvarez Rendueles era gobernador y Mariano Rubio subgobernador (p. 452). O la última visita, realizada en octubre de 2021 para la asistencia a un Consejo de Gobierno y la inauguración de la exposición «2.328 reales de vellón. Goya y los orígenes de la Colección Banco de España» (p. 492). Las fotografías más recientes, realizadas intencionadamente con finalidad documental y ya en formato digital, reflejan la actividad actual del Banco de España en todos sus ámbitos de actuación. Todas ellas son incorporadas a la Colección de Fotografías como memoria de la vida y de la actividad del Banco de España, y de las personas que lo integran.

El Archivo Fotográfico del Banco de España constituye el testimonio de su imagen gráfica a lo largo de 150 años de presencia de la fotografía en la institución. Su estudio nos posibilita acercarnos a matices desconocidos de nuestra propia intrahistoria, poner rostro a personajes protagonistas de nuestro pasado, conocer formas de vida y de trabajo desaparecidas e identificar a numerosos fotógrafos que han detenido el tiempo del Banco de España con sus cámaras. Su creación ha supuesto una evidente puesta en valor del patrimonio documental del Banco de España y ha ampliado nuestro conocimiento sobre la institución y sobre quienes han interactuado con ella. La creación de esta colección fotográfica es labor del equipo del Archivo Histórico del Banco y ha sido fomentada, apoyada y animada por la Secretaría General, la Vicesecretaría General y la División de Archivos y Gestión Documental de la institución, en las que está integrado el Archivo.

Elena Serrano García y Patricia Alonso del Torno

Notas

  1. Serrano García y Alonso del Torno (2022). ↩︎

  2. La identificación de las sedes madrileñas y territoriales y sus ubicaciones se encuentra en Serrano García (2015). ↩︎

  3. Para todo lo referido a los edificios del Banco de España en Madrid y en las sucursales, véase el artículo de P. Navascués Palacio en la presente publicación (pp. 26-38) y los publicados en (1982) y (2015). ↩︎

  4. «El palacio del Banco Nacional de España» y «El nuevo palacio del Banco Nacional de España». En La Ilustración Española y Americana. 8 de marzo, 8 de abril y 30 de abril de 1891. ↩︎

  5. Riego (2001). ↩︎

  6. Serrano García y Alonso del Torno (2020). ↩︎

  7. Sobre la construcción de la Cámara del Oro, véase Baldasano y de los Llanos (1953) y Alonso del Torno (2014). ↩︎

  8. Arranz y Fuguet (1992). ↩︎

  9. Archivo Histórico del Banco de España (AHBE), Escalafón del personal de 1907 y Secretaría, leg. 1838, donde se dice que cesó por supresión del cargo, sin perjuicio de utilizar sus servicios si en lo sucesivo se necesitaren. Había sido nombrado por el Consejo el 23 de octubre de 1903. ↩︎

  10. AHBE, Actas del Consejo de Gobierno de 1905. ↩︎

  11. AHBE, Actas del Consejo de Gobierno de 1901. La identificación y el año de incorporación de las primeras empleadas del Banco de España son datos inéditos que se publican por primera vez en este texto, ya que han sido descubiertos en el transcurso de la investigación realizada para documentarlo. ↩︎

  12. AHBE, Secretaría, Serie de Expedientes Personales. ↩︎

  13. AHBE, Escalafón del personal de 1948. ↩︎

  14. Viñas (1976) y Martín Aceña (2001). ↩︎

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Sucursal de Granada. Oficina de Secretaría (antiguo palacio de los Condes de Vilana, en la calle de San Antón, 38, sede del Banco entre 1886 y 1941). 1930. Fotógrafo: desconocido. Positivo. Plata en gelatina. N.º inv. 268.

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